La rueda, la bombilla y el teléfono móvil son tres ejemplos de tecnologías disruptivas. En su momento, estas innovaciones produjeron una profunda ruptura con el patrón anterior, ocasionando cambios importantes en la vida de las personas.
Para que esto suceda, las empresas disruptivas adoptan modelos de negocio que permiten innovar en el mercado. Es por ello que uno de sus activos más valiosos son sus departamentos de I+D (Investigación y Desarrollo). Una división que tiene por objetivo desarrollar nuevos productos o mejorar los existentes, cubriendo una necesidad que todavía no está cubierta.
El profesor de la Escuela de Negocios de Harvard y consultor empresarial Clayton Christensen fue quien acuñó el término "innovación disruptiva" en la revista Harvard Business Review, allá por 1995.
Para Christensen, la tecnología que provoca un cambio relevante e interrumpe bruscamente la forma en la que operan las industrias, empresas y consumidores, constituye una innovación disruptiva. Este proceso supone un periodo de adaptación como el que estamos viviendo con la Cuarta Revolución Industrial, marcada por la digitalización y avances tecnológicos emergentes.
Un buen ejemplo son los ordenadores personales, ya que el avance tecnológico en este campo muestra claros elementos disruptivos. Si echamos la vista atrás, vemos cómo las computadoras transformaron por completo nuestra forma de estudiar, trabajar y pasar tiempo de ocio. Los centros de estudios y familias querían comprar un ordenador, por lo que aumentó la demanda, y en consecuencia, la máquina de escribir empezó a caer en desuso, produciendo notables cambios en el mercado.